Por Tania Fernández 🇵🇦
Para nadie es una novedad que en cada país hispano se habla casi que un español exclusivo, tan distinto a veces, que pareciera otro idioma. Y es lo que estamos trabajando ahora en el grupo de lexicografía de RedACTE. Nos divertimos mucho en las reuniones, comparando palabras entre países, que a veces ni siquiera conocemos, lo que me recordó la anécdota de la mamá de mi amiga Mila, quien lamentablemente falleció hace poco tiempo, pero que siempre valoró nuestro idioma respetándolo y enriqueciéndolo, fomentando entre sus hijos la escritura y la lectura.
Ramona Elvira Pérez de Narváez nació y vivió en Perú hasta que se casó con un panameño que conoció estando ambos estudiando en la universidad. Muy joven, la Buri, como le decían de cariño, llegó a Panamá en plena víspera de Navidad de 1959, tras casarse en Trujillo, Perú, con el recién graduado ingeniero agrónomo Luis Lucho Narváez. Él ya tenía todo listo cuando llegaron: un hogar establecido y un trabajo estable, como se dice, con todas las de la ley para empezar su vida juntos. Se radicaron en El Roble de Aguadulce, provincia de Coclé, donde él trabajaba en el ingenio azucarero Santa Rosa de la familia Del Valle, hoy conocido como Azucarera Nacional, S.A.
La empresa les proporcionó una casa con los servicios básicos, en una comunidad donde vivían otros colaboradores del ingenio. Como toda recién casada, la Buri se dedicó a convertir la casa en un verdadero hogar, ocupándose de los quehaceres diarios con el entusiasmo de quien estrena una nueva etapa de su vida. Como parte del paquete de la empresa, se incluía un personal de servicio que ayudaba en diversas tareas, entre ellos un señor campesino, encargado del jardín.
Un buen día, tras concluir su jornada, el señor se acercó a la Buri con cara de preocupación y le preguntó:
—Señora, ¿vio dónde quedó mi chácara?
Ella, por supuesto, lo miró con la misma expresión que pondría un marciano si le preguntaran por su carné de seguro social. No tenía ni la menor idea de qué le estaba hablando, pero trató de disimular su desconcierto.
—Eh… ¿su qué?
—Mi chacarita, señora… es que la tenía por aquí…
Ya para este momento, su mente hacía malabares lingüísticos, tratando de descifrar si se refería a una herramienta, un animal o algún objeto desconocido. En Perú, chácara es una variante de chacra, que significa granja o finca, pero en Panamá, el término hace referencia a una bolsa tejida con fibras vegetales, típica de los campesinos.
Mientras intentaba atar cabos, el jardinero intentó ayudarla, señalando con énfasis:
—Sí, esa bolsa en la que traía mis chécheres.
Aquí fue cuando la confusión escaló a niveles estratosféricos. Chécheres tampoco era una palabra que formara parte de su léxico. En Perú no se usa, pero en algunos países como Panamá, Colombia y Venezuela se refiere a objetos en general, especialmente a cosas de poco valor. La señora, entre intrigada y divertida, aún no lograba entender qué buscaba su ayudante.
—¡Ah! ¿Usted dice su bolsa? —intentó aclarar.
—¡Sí, mi chácara! La había guindado ahí…
Y ahí llegó el golpe final. Guindar en Panamá significa colgar o suspender algo en alto, pero en Perú no se usa en ese contexto. Para ella, la escena ya parecía un enigma lingüístico sin solución.
Luego de varios gestos y señas, lograron entenderse. La chácara había quedado detrás de una maceta, donde el señor la había guindado con una soga. Por fortuna, estaban todos los chécheres y todo volvió a la normalidad. Pero aquella conversación fue solo la primera de muchas que tendría la señora Ramona en Panamá, y que quedó grabada en su memoria como una de las más divertidas lecciones sobre las diferencias del español en cada país. Cada día era una nueva lección sobre cómo el español, a pesar de ser un mismo idioma, se transformaba en cada rincón del continente.
La Buri tuvo que ampliar su ya rico vocabulario porque, aunque en ambos países se habla español, definitivamente las variantes de las palabras son enormes y hasta divertidas. Y aprendió que, aunque compartimos una lengua, las palabras pueden dar más vueltas que un trompo en feria. Y así, con cada diferencia, encontró una razón más para reír y maravillarse del español que nos une… y a la vez nos separa.
