Por Ricardo Tavares Lourenço 🇻🇪
En Venezuela estamos de júbilo, pues el papa Francisco aprobó el pasado 25 de febrero la canonización del beato Dr. José Gregorio Hernández, conocido como el “médico de los pobres”. Por primera vez, nuestro país tendrá un santo, pero en este caso con un perfil poco común: fue un laico que supo combinar ciencia con fe en el ejercicio de la medicina, rigor que acompañó con la bondad con la cual trató a sus pacientes. Asimismo, es considerado uno de los padres fundadores de la medicina moderna en Venezuela, pues introdujo en la nación el microscopio y demás equipos y técnicas de avanzada que tuvo posibilidad de adquirir en Europa, cuyos conocimientos transmitió en sus cátedras en la Universidad Central de Venezuela. También su perfil personal lo hace admirable ante los ojos de hoy: era políglota, ayudaba monetariamente a los enfermos que no podían pagarle la consulta, además de demostrar una vida piadosa en la cotidianidad.
Todo esto es magnífico, pero supongo que aquí el lector se preguntará: ¿y qué tiene que ver el Dr. José Gregorio Hernández con la corrección de textos? A primera vista, nada, pues no se dedicó a ello ni fue editor. Pero sí podemos aproximarnos a una experiencia editorial en calidad de autor que puede dejarnos unas cuantas enseñanzas. En 1912 publicó un libro titulado Elementos de filosofía (1912), el cual se agotó rápidamente —tal era su fama entre la élite intelectual caraqueña de entonces—. Esto le dio la oportunidad de hacer ajustes para una segunda edición corregida y aumentada. A este respecto, el padre Pedro Pablo Barnola logró cotejar ambas versiones y esto es lo que encontró:
“Hemos tenido la buena suerte de poseer ejemplares —hoy rarísimos— de una y otra edición. Revisando y cotejando el texto de ambas, pronto se advierte que Hernández ejercía sobre su libro una cuidadosa paternidad. Pues no contento con haberle dado la existencia, siguió sus pasos, observándolo con el más vivo interés de su mayor perfeccionamiento. Releyendo sus propias páginas y advirtiendo, sin duda, el efecto de la lectura por otras personas, fue anotando pasajes que requerían algún retoque para una mayor precisión de tal o cual concepto o alguna amplitud en la exposición, o finalmente la incorporación de algunas divisiones y observaciones que hiciesen más didáctico algún planteamiento […] Otros varios pasajes breves, que sería prolijo citar, nos comprueban, con curiosa evidencia, el fino cuidado con que el autor revisaba cada frase y cada definición, a fin de alcanzar la máxima claridad y justeza, sin salirse del plan eminentemente conciso y didáctico que se impuso como norma en la primera edición” (cita tomada del anteprólogo de la edición moderna que hizo el Centro Nacional del Libro para la Colección Bicentenario de Carabobo, año 2021, p. 15, y que está disponible en la dirección electrónica https://cenal.gob.ve/?p=12536).
Algún lector al leer esto me dirá que eso es lo que cualquier autor serio haría con su libro. Estoy de acuerdo, pero creo que esta anécdota nos sirve de recordatorio del cuidado que un buen libro debe tener. Velar por la claridad del texto sin que ello implique un cambio del mensaje.
Pero más allá de este aspecto, el mismo libro in comento aporta reflexiones interesantes sobre conceptos de lógica que son reveladores para nuestro quehacer editorial. Recomiendo leer los siguientes temas, en especial los conceptos de error, verdad y los criterios de autoridad:
TRATADO SEGUNDO. LÓGICA
• Parte I. Lógica formal
◦ Capítulo primero. Las ideas. La definición. La división
◦ Capítulo II. El juicio y las proposiciones
◦ Capítulo III. El raciocinio y la argumentación
• Parte II. Lógica crítica o criteriología
◦ Capítulo primero. La verdad del error
◦ Capítulo II. El criterio de la verdad
• Parte III. Lógica aplicada o metodología
◦ Capítulo primero. Los cuatro métodos científicos
◦ Capítulo II. Las aplicaciones de los métodos
Al leer estos pasajes y extrapolarlos a nuestro oficio, podemos apreciar cómo funciona nuestro raciocinio a la hora de evaluar los discursos escritos u orales, lo cual nos sirve no solo para identificar fallos lingüísticos, sino además errores conceptuales en el caso de ser expertos del tema e inclusive saber argumentarle a un autor cualquier cambio o sugerencia que amerite su documento.
Con estas breves palabras, espero que la figura del Dr. José Gregorio Hernández nos inspire de alguna forma a asumir nuestra profesión no solo con el rigor esperado, sino con la bondad de querer ayudar a nuestros autores.
