Por Alejandra Valverde Alfaro 🇨🇷
A ver, es cierto que no construimos puentes o no seremos los primeros a quienes llamen cuando alguien sufre algún malestar de salud para que le socorramos. Sin embargo, si no hay de otra, yo podría explicar el análisis que se debe hacer de las fuerzas que actúan sobre un puente considerando las cargas permanentes y las cargas variables, o, en último caso, aplicar un vendaje en ocho para inmovilizar una articulación sin que se limite su movimiento funcional. ¿Por qué? Porque probablemente lo leí en una tesis o en algún artículo especializado, ya que, como filóloga, decidí especializarme en la corrección de estilo.
Antes de contarles un secreto que callamos algunas personas profesionales en Filología, arranco con una historia personal.
Cuando estaba en la universidad, en mis primeros cursos de metodologías de investigación, preparé un borrador de lo que podría haber sido mi proyecto de tesis, con aquella esperanza de darle continuidad desde el día uno y llevarlo a buen término, tal vez, como una investigación final para terminar mi maestría. Un profesor me indicó que le gustaría ser uno de mis lectores; así que, muy emocionada, vi que había potencial en mi propuesta y, sobre todo, en mí como estudiante, ya que siempre busqué hacerlo de la mejor forma.
Desde mi práctica y conocimiento hasta ese momento, empleé citas de varios autores para definir mi marco teórico de investigación; sin embargo, en una sección, cometí el error de no citar correctamente. Aquello que puse como una paráfrasis hubiera sido adecuado colocarlo como una cita directa, porque no hice bien el ejercicio de formular con otras palabras lo dicho por un autor.
Una vez entregado el documento para revisión, el profesor me llamó a su oficina y lo primero que me dijo fue, palabras más, palabras menos: “¿Usted qué cree que está haciendo con este texto? Este es un claro ejemplo de plagio, no es posible que utilice las citas de esta forma y no sé si creyó que yo no lo iba a notar. Yo así no quiero trabajar, ya no quiero ser su lector. Si no cambia el tema, no continúo más”.
Desde el primer momento en que recibí ese mensaje, me cuestioné muchas cosas, pero lo primero fue la labor de un verdadero tutor de estos procesos. Se suponía que yo estaba aprendiendo, que me estaba formando, y su labor era guiar mi investigación, señalar mi error, pero seguido de una corrección adecuada. No debía decirme que estaba haciendo plagio, debía enseñarme por qué y cómo no volver a hacerlo. Lejos de dirigirme, me sancionó sin ningún reparo. Le dije al profesor que yo nunca hice tal redacción con el afán de plagiar, que lo hice así porque pensé que era la forma correcta. Nunca, en mis años de estudiante, pasé por un caso de estos y no veía razón en lo que decía, yo no era una persona que no investigara, simplemente cometí un error en un proceso de aprendizaje, corrección y mejora.
Le dije que todo estaba bien, que dejáramos las cosas así y que no fuera más mi lector, que no cambiaría mi tema porque era mi tema y lo defendía contra todo. Creo que eso fue lo que más le dolió en el fondo; durante mucho meses, seguí intentando presentar mi documento para análisis de la comisión que revisa los proyectos finales. Mientras él estuvo en ese espacio, mis propuestas no avanzaron. No avanzaron y no avancé tampoco; hasta el día de hoy no tengo mi título de maestría porque no tengo una tesis concluida. Antes me pesaba más, hoy lo tomo con calma; me digo a veces “casa de herrero, cuchillo de palo”. Yo que reviso tantas tesis, no tengo la mía finalizada. Nada que no se pueda corregir, eso lo sé, pero el proceso fue tan desgastante que en un momento dije: “Hasta aquí llego, seguir es luchar contra corriente”. Y me cansé.
Ahora sí. A lo que vine.
¿Para qué creen ustedes que son los profesores guías, tutores o consejeros de proyectos finales de graduación?
Hace unos días me enfrenté a una revisión de un documento en que la persona que evaluaba la tarea sancionó sin reparo a las personas estudiantes y les dijo que había un claro ejemplo de plagio al tener citas mal confeccionadas. Reviví mi situación pasada y lo único que esperé fue que estas personas no se desilusionaran, que no creyeran que se convertían en malas estudiantes o que estaban haciendo “todo mal”.
Al revisar la información, noté que nunca hubo “un claro ejemplo de plagio”. En cambio, sí había un claro ejemplo de la intención por hacerlo bien. Las citas contenían elementos importantes, pero carecían de otros; estaban incompletas y eso se podía solucionar mediante una atención adecuada, enseñándoles cómo corregirlo.
No había un claro ejemplo de plagio. Había una evidencia rotunda de la poca capacidad que tienen muchos profesores y profesoras para hacer eso por lo que están ahí: guiar, corregir el error, ser maestros y permitir que un estudiante aprenda y mejore. Había un claro ejemplo de arrogancia, de poca empatía. Olvidaron que una vez estuvieron en esa silla y que llegaron a donde ahora están gracias a personas que les enseñaron a dar lo mejor y no les castigaron sin antes comprender que estaban en momento de crecimiento.
Como una vez dije, parece que solo revisamos textos, pero en esto encontramos no solo fallos en redacción, puntuación y ortografía. Encontramos fallos humanos y, lamentablemente, poca consideración ante ellos. Encontramos personas, clientas, que pasan momentos complejos porque no hay un seguimiento adecuado de sus personas tutoras. Esta parte es bastante triste.
Tras la revisión y corrección del documento, además de una explicación detallada a las estudiantes acerca de dónde había estado su error, entregué el trabajo por el que había sido contratada y esperamos. Digo que esperamos, porque, aunque no seguí el proceso de cuándo enviaron la información, a diario pensaba en el desenlace de esta historia. Semanas después, sentada frente a la computadora, mi teléfono notificó un mensaje nuevo. Al abrirlo, leí: “Buenos días, Alejandra, quería agradecerle por toda su ayuda, ya el profe nos aprobó el curso”.
Más allá de las múltiples áreas en las que podemos llegar a ejercer nuestra profesión, más allá de revisar un texto, las personas profesionales en Filología* hacemos una gran labor humana, una en la que también ayudamos a que otros cumplan sus sueños.
*En Costa Rica, normalmente, las personas egresadas de Filología (española o clásica) se dedican a las labores de edición y corrección de textos.
Alejandra Valverde Alfaro es filóloga, correctora y poeta costarricense.
