Hablemos de corrección en tiempos de correctología

Por Sofía Rodríguez (Ascot Perú)

Llegará el día en el que los lectores devuelvan los libros, manuales u otros productos que compraron debido a sus errores y erratas. Para que eso no ocurra, necesariamente se debe duplicar el esfuerzo por entregar productos impecables, bien escritos, bien corregidos, traducidos de modo coherente y de altísima calidad gráfica.

En tiempos pospandémicos, en un escenario en el que las nuevas generaciones viven fascinadas por las herramientas digitales y lo audiovisual, el crecimiento de la industria editorial se da paralelamente al desarrollo tecnológico. Con todo esto, todavía se requiere hablar de la corrección de textos, aunque a muchas personas pueda parecerles extraño, pero no a los correctores y correctoras de oficio.

La corrección de textos es una labor milenaria y ha estado presente en la producción escrita desde antes de que se descubriera la imprenta. Con los años, no ha perdido su esencia, al contrario. Hoy se posiciona como una disciplina académica cuya producción bibliográfica, en los últimos lustros, se ha fortalecido, máxime desde que Nuria Gómez Belart acuñó en su tesis doctoral el término correctología (Gómez Belart, 2019).

Como se hizo ayer, los correctores profesionales garantizan hoy la calidad de los textos; y, según afirman Sharpe y Gunther (2005), sobre estos recae gran responsabilidad: hacen «el trabajo más pesado dentro del equipo editorial» (Sharpe y Gunther, 2005, p. 8). Sin embargo, esta responsabilidad la deben asumir con preparación previa, con estudios, disciplina, metodología de trabajo; no basta el conocimiento de la normativa para ejercer esta profesión.

En cuanto a la formación académica, parafraseando a Nuria Gómez (2020), el corrector tiene la ventaja de que siempre será estudiante, pero esta también es una desventaja; es decir no será especialista nunca porque el conocimiento lingüístico evoluciona y, por ello, todo el tiempo se está formando y especializando (Gómez Belart, 2020). En ese camino, debe ir capitalizando todo lo que aprendió.

Nuevos tiempos para la corrección

La corrección, «la verdadera, la que requiere soledad, concentración, muchos conocimientos, mucho esfuerzo, voluntad sin límites y una vasta cultura» (Zorrilla, 2015, p. 148), no ha cambiado en esencia. Han cambiado los formatos y las herramientas, pero sigue siendo una parte de la cadena editorial.

Atrás quedaron las épocas en las que se creía que la corrección consistía solamente en el control de la calidad del texto en cuanto a su presentación (básicamente ortografía). Se sabe que en los textos escritos se pueden presentar erratas y varios tipos de errores: gramaticales, semánticos, ortotipográficos, normativos, etc., incluso las más de veces se requiere reestructurar la redacción.

En estos tiempos, cuando se pone en valor la correctología, entendida como la disciplina que estudia los procesos de corrección, el profesional de la corrección es más que un nexo entre el autor y el lector:

[…] tiene que interpretar el papel de lector y verificar si los términos son claros, si el léxico es inadecuado, si el discurso es confuso o si se brinda la información necesaria para comprender el contenido, de acuerdo con la enciclopedia (los saberes previos) del público al que se dirige ese texto (Gómez Belart, 2021, p. 17).

En suma, quien corrige en el siglo XXI se encarga de cuidar la calidad lingüística de las publicaciones, pero también aporta al texto; por lo cual, se le exige preparación, conocimientos e innumerables destrezas.

Cuidado con esto

La corrección implica asumir que no se sabe todo y que no se puede resolver todo. Si bien, existen muchísimos buscadores y gestores bibliográficos en los que apoyarse para corroborar un dato o una afirmación, no es tarea del corrector dedicarse a la búsqueda (lo puede hacer; sí, por supuesto). En cambio, sí es pertinente que observe y que analice, y que dude de la certeza de aquello que está leyendo. Dudar es uno de los pilares de la corrección y se hace de modo permanente:

La duda sirve para aplacar nuestra soberbia: cuanto más dudes hoy, menos dudarás mañana. Pero eso no significa que no debas seguir dudando de las palabras, frases y párrafos que corriges, aunque hayas entregado diez, veinte o treinta años a la profesión (Martín, 2019, p. 23).   

Dudar sí, pero no ir más allá. Varios autores, como el recordado Roberto Zavala (2012), insisten en que no es obligación de quien corrige resolver enredos lingüísticos y líos gramaticales. Recomiendan la consulta obligatoria a autores y editores:

Esclarecer párrafos oscuros, en cambio, implica tareas diversas y complejas. La primera de ellas consiste en puntuar adecuadamente el escrito, sin olvidar que ha de buscarse la corrección, pero de ninguna manera ajustar a nuestro estilo el del autor. […] Toda duda sobre el sentido debe resolverse con el autor, lo mismo que fechas, nombres y, en general, datos imprecisos o dudosos (Zavala, 2012, p. 278).

En la etapa de la corrección se exige una comunicación clara entre los actores editoriales; siempre debe dejarse anotaciones y advertencias sobre cualquier problema para que sea resuelto. Si un editor permite que el corrector dé solución a aquello que no le compete, no podrá luego increparle por fallas o descuidos producto de la llamada multitarea.   

Experiencia vs. formación

La experiencia de un profesional de la corrección garantiza su trabajo, mas no la calidad, pues puede darse el caso de alguien que cuente con muchos años de trabajo, pero sin metodología; o de una persona minuciosa y que, sin embargo, no sea capaz de resolver problemas. De otro lado, existen profesionales con poca experiencia, aunque muy exhaustivos.

Básicamente, la corrección es un oficio y para ejercerlo se requieren personas que sepan ejecutar su trabajo, que puedan demostrar su eficiencia en el día a día; que sepan aplicar sus conocimientos académicos; que destaquen por su entrenamiento y por el desarrollo de sus competencias enciclopédicas, gramaticales y textuales (García Negroni y Estrada, 2006).

En épocas de modernidad y de inteligencias artificiales, quienes vivimos de la corrección somos conscientes de que es un engranaje importante en el proceso editorial; claramente, de nosotros depende su crecimiento y pervivencia. Sabemos que hablar de correctología marca un antes y un después en esta historia de la corrección que estamos escribiendo.

Referencias

García Negroni, M. M. y Estrada, A. (2006). ¿Corrector o corruptor? Saberes y competencias del corrector de estilo.En Páginas de Guarda 01.

Gómez Belart, N. (2021). Prolegómenos a una teoría sobre la corrección de textos. Revista Internacional de Lenguas Extranjeras, 15. doi: 10.17345/rile15.3147. https://revistes.urv.cat/index.php/rile/article/view/3147

Gómez Belart, N. (14 de noviembre de 2020). Correctología: la importancia de una base teórica en los métodos de corrección . AUCE Asociación Uruguaya de Correctores de Estilo https://www.youtube.com/watch?v=umGQnaj_GZs&ab_channel=AUCEAsociaci%C3%B3nUruguayadeCorrectoresdeEstilo

Gómez Belart, N. (2019). La corrección de textos. Un estudio funcional del vínculo entre el autor y el corrector [tesis doctoral].

Martín, A. (2019). La mano invisible: confesiones de un corrector iconoclasta. Consejo Superior de Investigaciones Científicas: Madrid

Sharpe, L. T. y Gunther, I. (2005). Manual de edición literaria y no literaria (1.ª ed. en español). México: Fondo de Cultura Económica.

Zavala, R. (2012). El libro y sus orillas. Tipografía, originales, redacción, corrección de estilo y de pruebas. México: FCE.

Zorrilla, A. (2015). Normativa lingüística y corrección de textos (5.a ed.). Buenos Aires: Fundación Litterae.

Publicado por RedACTE

La Red de Asociaciones de Correctores de Textos en Español (RedACTE) agrupa a las asociaciones de profesionales de Argentina, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, México, Perú y Uruguay, así como representantes de Bolivia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá y Venezuela. Sus objetivos son favorecer el intercambio académico y profesional, defender los intereses laborales de sus miembros, coordinar acciones culturales y formativas, compartir recursos y, en definitiva, enriquecer y fortalecer una profesión que tiene como denominador común la lengua española y las variantes de esta como su principal riqueza.

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