¿Le puedo poner corredora?

Por Tania Fernández 🇵🇦*

Hace poco tuve que ir al banco a gestionar un trámite para el que se requería actualizar mis datos personales. La ejecutiva me preguntó: nombre, apellidos, dirección, profesión…

 —Correctora de textos —le respondí orgullosa.

La mujer escribió algo en su pantalla, frunció el ceño y, tras unos minutos de titubeo, empezó a navegar por un interminable menú desplegable. Diez minutos después, seguía buscando. Quince minutos. Me miró con gesto de derrota y me dijo, casi suplicando:

 —Licenciada: no encuentro «correctora». ¿Le puedo poner corredora?

No pude evitar reír.

–Bueno —le dije—, también me puede poner cirujana.

La anécdota podría parecer menor, aunque revela algo profundo: la corrección de textos sigue siendo un oficio desconocido, incluso para instituciones que clasifican hasta al «catador de agua». Seguimos fuera del mapa laboral formal, y no porque seamos pocos o poco importantes, sino porque el lenguaje, paradójicamente, no siempre sabe nombrar a quienes lo cuidamos.

En la cadena de producción editorial, el corrector suele ser el último eslabón y el menos visible. Su trabajo es el que garantiza que el texto final —ese que llega al lector, al cliente o al ciudadano— cumpla su función comunicativa con claridad, coherencia y precisión. Sin embargo, todavía hay quienes creen que corregir es «poner tildes» o «cazar erratas». Qué lejos están de comprender que detrás de una buena corrección hay un acto de interpretación lingüística, una lectura crítica y una comprensión profunda del texto en su contexto.

Porque un buen corrector no se limita a detectar errores: los interpreta. Un error no siempre es una falta ortográfica; puede ser una ambigüedad, una incongruencia o una palabra que, aun siendo gramaticalmente correcta, rompe el tono o el registro. El corrector analiza el discurso desde lo semántico, lo sintáctico y lo pragmático. Su mirada abarca lo visible y lo implícito.

En este sentido, la corrección no es un proceso mecánico, sino una actividad intelectual de alto nivel. Exige dominar las normas, pero también saber cuándo apartarse de ellas para respetar el estilo del autor. El equilibrio entre la norma y la voz es la esencia de nuestra labor.

El corrector no impone; orienta. No borra la voz del autor; la afina. La mejor corrección no se nota, pero se siente. Un texto bien corregido fluye, se entiende y convence. La corrección es un ejercicio de empatía lingüística: entender al autor, respetarlo y ayudarlo a decir mejor lo que quiso decir.

Por eso, la corrección es una forma de mediación entre el pensamiento y la palabra. Entre quien escribe y quien lee.

Cada corrección es también una oportunidad para hacer docencia. No se trata solo de marcar en rojo, sino de explicar por qué. De invitar al autor a reflexionar sobre el uso del lenguaje. Esa pedagogía silenciosa construye una cultura de escritura más consciente y respetuosa del lector.

Y aquí surge un desafío contemporáneo: la irrupción de la inteligencia artificial. Muchos creen que los correctores seremos reemplazados por algoritmos. Lo cierto es que las máquinas aprenden reglas, aunque no entienden intenciones. No distinguen ironías, contextos culturales ni matices estilísticos. La inteligencia artificial puede sugerir una coma, pero no puede decidir si esa coma cambia el sentido o el alma del texto.

La corrección de textos es, todavía hoy, una profesión poco comprendida y mal representada en las clasificaciones laborales. No obstante, sin ella, ningún texto sería realmente público, porque la corrección es lo que permite que la palabra privada del autor se vuelva social, legible y compartida.

Hacer visible nuestro trabajo implica seguir hablando de él, explicar su alcance y enseñar su necesidad. En cada revisión, en cada informe lingüístico, en cada palabra que cuidamos, afirmamos algo esencial: el lenguaje importa.

En un mundo que se acelera y simplifica, el corrector resiste con su lápiz —o su cursor—, recordando que escribir bien sigue siendo un acto de respeto y civilización.

Por eso, para este Día de la Corrección, la invitación es clara: hagamos docencia. Hablemos de lo que hacemos. Expliquemos por qué un texto bien corregido no es un lujo, sino una forma de respeto. Mostremos que corregir no es censurar ni cambiar el estilo, sino construir palabras con sentido, enhebrarlas con delicadeza y rigor.

Y si alguien, en una ventanilla, vuelve a confundirnos con corredores…, bueno, que al menos sepan que sí: corremos, pero detrás de las palabras bien escritas.

* Tania Fernández (elportaldelosescribanos@gmail.com).

Publicado por RedACTE

La Red de Asociaciones de Correctores de Textos en Español (RedACTE) agrupa a las asociaciones de profesionales de Argentina, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, México, Perú y Uruguay, así como representantes de Bolivia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá y Venezuela. Sus objetivos son favorecer el intercambio académico y profesional, defender los intereses laborales de sus miembros, coordinar acciones culturales y formativas, compartir recursos y, en definitiva, enriquecer y fortalecer una profesión que tiene como denominador común la lengua española y las variantes de esta como su principal riqueza.

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