El corrector: entre la norma lingüística y la creación literaria

Por Ricardo Tavares Lourenço (Venezuela)

A principios de marzo de 2023 se reavivó el debate en la prensa y en las redes sociales sobre la obligatoriedad o no de usar la tilde diacrítica en el adverbio solo. Si bien parecía un tema zanjado por la Real Academia Española desde hacía trece años, todavía hoy hay muchas voces que reivindican su uso, entre ellas escritores reconocidos. Este acontecimiento nos parece propicio para debatir sobre el rol que juega el corrector en la conciliación entre la norma lingüística y el estilo o preferencia del escritor.

Como es bien sabido, el sistema ortográfico del español moderno es el resultado de una tradición secular en la que confluyen en esencia tres criterios: 1) el etimológico, es decir, la conservación de la grafía de una palabra según las convenciones del idioma de origen, sobre todo del latín; 2) el fonético, o el principio de Quintiliano, que consiste en la correspondencia entre la grafía y la pronunciación de la palabra en español; y 3) el uso culto, que viene a ser las preferencias consagradas sobre todo por impresores, publicaciones periódicas y escritores de prestigio, y fijadas luego por la Real Academia Española. Si bien la correspondencia letra-sonido en español es mucho más estrecha que en inglés o francés, lo cierto es que el sistema ortográfico no está exento de numerosas particularidades. Todavía hoy no se resuelve de manera satisfactoria la escritura de salir en imperativo más el enclítico le: “salle al paso”, “sal-le al paso” o “sal.le al paso”, un caso curioso advertido en la Ortografía de la lengua española de 2010.

Los escritores, como ya hemos mencionado, han dado la pauta para fijar la grafía, acentuación y puntuación. Sus criterios suelen basarse o bien en perseguir un efecto estético en los textos, o bien en influencias de otras lenguas, o bien en seleccionar o suprimir aquellas letras que, según su leal y saber entender, se adecúan mejor a la pronunciación de su entorno, o incluso en su apego por una norma lingüística que aprendió y que cayó en desuso. Es bien conocida la preferencia de Miguel de Unamuno en suprimir la letra pe en septiembre, pues a su juicio no se pronunciaba y, por lo tanto, no tenía sentido escribir la palabra con esta letra. Andrés Bello escribía marabilla y vulto —en vez de maravilla y bulto— porque se regía por las normas ortográficas del latín. José Saramago en sus novelas emplea un sistema de puntuación que, si bien es poco convencional, es bastante uniforme, sobre todo cuando introduce la voz del personaje con una coma y, de inmediato, mayúscula inicial. 

Por supuesto, es innegable que existen usos locales o regionales en la fijación ortográfica, gramatical y lexicográfica de algunas palabras que no se equiparan con el resto del orbe hispano. He aquí algunos ejemplos: en Venezuela empleamos interrogante en género femenino, video como palabra grave, beisbol como palabra aguda —aunque la prensa prefiera escribirla béisbol— o élite como palabra esdrújula y rechazamos la castellanización güisqui. En Argentina y Uruguay se escribe inscripto o transcripto con pe y los peruanos escriben Cusco en lugar de Cuzco. Asimismo, los colombianos usan tiquete y el hermano país caribeño, ticket. Los españoles acuñaron el término okupas a los invasores de viviendas desocupadas, y precisamente el Diccionario de la lengua española puntualiza que el uso de la letra ka es el reflejo de la transgresión que tal conducta sugiere.

¿Qué rol debe jugar el corrector? Le tocará navegar entre dos aguas: la norma lingüística y las preferencias del escritor ya descritas. En líneas generales, las reglas fijadas por la Real Academia Española, en tanto supernorma, suelen ser aceptadas por la mayoría de los escritores contemporáneos, y su ventaja estriba en que se puede saber hasta dónde intervenir y determinar qué elementos deben ser efectivamente corregidos. Ahora bien, si durante su trabajo el corrector encuentra usos no convencionales, es menester consultar al autor en caso de duda. 

Un escritor venezolano, Eduardo Liendo, siempre ha defendido que uno de los deberes de un escritor es renovar el idioma. Así pues, hay que tener presente que el escritor es libre de proponer nuevas voces o grafías a neologismos, lo que obligará al corrector a tener el entrenamiento necesario para saber dónde hay error y dónde hay innovación.

Esta destreza debe acentuarse más en nuestra época actual, puesto que los correctores tienen la posibilidad de brindar sus servicios a otros países y ello los obliga a empaparse de la vasta diversidad lingüística que caracteriza a una lengua pluricéntrica como la española. Asimismo, la audiencia a la que se dirige el texto también es un factor a considerar, pues no es lo mismo escribir para los connacionales que para el resto del continente.

En tal sentido, corrector y autor deben remar en la misma dirección para llevar la barca a puerto seguro. Ni el corrector puede imponer cambios unilateralmente en aspectos válidos, ni el autor puede ser receloso de la ayuda que le puede proporcionar este profesional de las letras porque le “van a cambiar su texto”. El consenso es clave para alcanzar la armonía en la edición y brindar un texto de calidad a los lectores que sea, incluso, un aporte al idioma.

Publicado por RedACTE

La Red de Asociaciones de Correctores de Textos en Español (RedACTE) agrupa a las asociaciones de profesionales de Argentina, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, México, Perú y Uruguay, así como representantes de Bolivia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá y Venezuela. Sus objetivos son favorecer el intercambio académico y profesional, defender los intereses laborales de sus miembros, coordinar acciones culturales y formativas, compartir recursos y, en definitiva, enriquecer y fortalecer una profesión que tiene como denominador común la lengua española y las variantes de esta como su principal riqueza.

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