Por Coral Mattos (Bolivia)
Se dice que la educación es la base para el progreso de una sociedad, y también se asegura que algo que se aprende de niño no se olvida jamás, ya que en esa etapa nuestra mente actúa como una “esponja” que absorbe todo de su entorno. Bajo esa lógica, es importante que los niños reciban una educación de calidad, acorde con su edad y sin información errónea. Aquí hace su aparición el libro escolar, esa obra didáctica que —en palabras de la filóloga y editora Jacqueline Murillo— “se escribe para ser utilizada, exprimida, aprovechada hasta su último párrafo, con el menor esfuerzo posible por parte del lector en cuanto a decodificación y usabilidad”. Pero no siempre es así, pues independientemente de los errores de tipeo que cualquiera puede cometer, los textos escolares suelen contener faltas ortográficas, e información inexacta o desactualizada que obliga a los niños a recibir conceptos falsos, entre otros problemas.
Escribo este artículo motivada por una experiencia personal, pues, debido a mi ocupación de correctora de textos, me horrorizan más los yerros ortográficos, de puntuación y/o de sintaxis que encuentro en los libros del colegio de mi hija, que actualmente cursa el cuarto de primaria. Lo más lamentable es que no se salva ni el texto de lenguaje con el que dicen que le están enseñando ortografía, en el que están tildados todos los demostrativos y en el que separan el sujeto del verbo con una coma.
En mi caso, puedo explicarle a mi hija que el pronombre relativo “quien”, por ser palabra átona, debe escribirse sin tilde, a diferencia del pronombre interrogativo o exclamativo “quién”, error bastante frecuente en el mencionado libro de lenguaje. Pero ¿qué hay con los cientos de niños a los que no se les alertará sobre esos descuidos que, lamentablemente, se quedarán enraizados?
En esa línea, destaco dos aspectos que podrían ayudar a subsanar estas observaciones:
– Tomar conciencia del gran aporte que significa incorporar un corrector de textos en las editoriales que publican libros escolares.
– Fomentar la formación de los maestros que se convierten en autores para que adquieran las herramientas necesarias que les ayuden a transmitir y plasmar sus saberes en obras comprensibles, didácticas y precisas.
Revisar los textos que los niños emplean día a día en su aprendizaje no solo ayudará a reducir el número de faltas ortográficas o sintácticas, sino que también permitirá eliminar información inexacta o falsa, como aquel dato que asegura que “el 70 % de la litosfera es agua” o que “los dientes están hechos de queratina”.
Por todo lo anterior, resulta imperioso que las editoriales cuenten con la participación de especialistas en contenido para revisar la exactitud de la información y de profesionales que efectúen una corrección lingüística que subsane errores ortográficos, sintácticos, tipográficos, entre otros. Quizá lo primero sea muy utópico, pero lo segundo debería ser aplicado de forma obligatoria en todo libro que se pretenda publicar.
Debo admitir que no soy muy optimista en este sentido, porque son pocos los que usan los servicios de correctores o editores de textos, son pocos los que extreman esfuerzos para hacer que su obra llegue a su público lo más limpia posible, son pocos los que saben que la corrección de estilo es un paso imprescindible para ofrecer un material de calidad a los lectores.